Como pez en el aula

 Como pez en el aula

(Incluir qué?)



Es conveniente aclarar que en el relato anterior fui excluida por ser diferente. Hice algo con esa "tortuga verde titilante" que no era lo esperado. Era más, muchísimo más de lo que se contemplaba que hagamos. Convengamos que al “yo” tampoco le interesan las diferencias positivas. No le gustan. Las rechaza porque al igual que las “negativas”, se le presentan como borde o como un reflejo de todo lo discordante con la realidad.

Con esa realidad que nos forma como sujetos, que nos estructura psíquica y emocionalmente en relación con los otros que nos dejan (o nos imprimen) todo tipo de huellas que calan hondo desde que nacemos hasta la adolescencia. Hasta la adolescencia? Bueno…


Ser diferente es especial. Ser especial es a veces quedarse solo. Sentirse excluido de todo y de todos. Pero es "ser" especial. Y ese carácter reviste e inviste la figura de esa persona de un halo que parecería "no ser" de este mundo sea cual sea la condición que se transite.


Entonces "ser" especial es también ser exclusivo. Y acá está el verdadero borde en lo que respecta a mi trabajo. 

Porque todas las herramientas y dispositivos que se ponen en juego en materia de inclusión escolar son en su mayoría EXCLUYENTES y están diseñadas para ese ser acompañado "exclusivamente":

-La figura de APND es una de esas herramientas

-Salir del aula para hacer las tareas, explicar nuevamente las consignas o trabajar con otro contenido, es uno de los dispositivos más implementados ( no estoy diciendo que no se tenga que salir del aula. Sino que considero, gracias a mi experiencia, que la mayoría de las veces no es necesario) 

-El trabajo uno a uno, sin contemplar a los pares, a la/el/los docente/es, a la familia y la comunidad educativa.

-El material de acceso confeccionado “exclusivamente” por la profesional de apoyo solamente para el estudiante acompañado.


Vuelvo sobre mis palabras. No quiero decir que estos dispositivos no funcionen o que no tengan que ponerse en juego. Lo que cuestiono aquí es la gran exclusividad de los mismos. Condición que marca aún más las diferencias en un entorno hostil de competencias y rivalidades, de “ver quien lo hace mejor, quien lo hace primero”. Quien lo hace BIEN. Lo que pide la maestra, la escuela, la sociedad…


Confesión: 

Siempre me llevé bien con el estudio. Se me da fluido estudiar, comprender, memorizar, atender. Me caracterizo por ser autodidacta. Toda la vida estudié lo que quise, sola. Recién ahora, a mis casi 50 años, transito la experiencia académica en el profesorado de enseñanza primaria de Villa Lugano, y me costó un montón (todavía me cuesta) adaptarme a lo que piden los profesores. Eso que está BIEN así como lo piden que se haga. Me desafían esos bordes y me enfrento a ese desafío para crecer, y concluyentemente recibirme. 

Pero, como ya se habrán dado cuenta, mi camino es inverso.

Primero ejercí la docencia.


Me formé (y me formo) en la experiencia de brindar desde hace más de 20 años contención y un espacio seguro a esas infancias con patologías o dificultades cognitivas que en la escuela, durante (y desde) la crisis del 2001, no eran escuchadas, miradas o tenidas en cuenta.

Nunca me cuestioné (y ni siquiera lo pensé) si podía o no abordar por ejemplo la condición de hipoacusia leve, discapacidad motora, retraso madurativo, disminución visual, o casos de bullying con ansiedad y ataques de pánico, así como también las secuelas que imprime el rechazo por pertenecer a comunidades culturalmente diferentes (y estoy solo mencionando algunas).

Simplemente me di (y me doy) a la tarea de acompañarles. Y los contenidos escolares que traían se transformaban en una excusa (muy buena!) para descubrir los verdaderos motivos de la apatía, el aburrimiento, la tristeza, la bronca, ese “no saber”. Di clases a como dio (y da) el lugar. En la vereda. En un Motorhome. Virtuales. Híbridas. Utilicé mi cama como mesa de estudio para alfabetizar niños y niñas desescolarizados.

En Córdoba y en Capital Federal.

Hice talleres de meditación en el parque, jornadas de teatro y máscaras, círculos de lectura y escritura, encuentros con las familias, charlas, asambleas entre ellos y ellas… Talleres de aprendizaje. Festejos!

Aprendimos y aprendemos juntos danzando y riendo. Dar clases es como danzar y tomar los bordes de la intolerancia como una guía en esos movimientos necesarios. Absolutamente necesarios.


“Claro… vos te moves como pez en el agua, en el ámbito escolar, educativo” me dicen mientras yo me cuestiono todo en ese movimiento acuático áulico que no es tan fluido como parece. Y que gracias a esa dinámica veo en las dificultades (esas paredes que se levantan invisibles en cada pupitre que respira y late un pulso particular) una oportunidad.

Veo, por no tener una estructura acabada todavía y ciertas herramientas de esta experiencia de mi cuerpo insolente y arriesgado de mi alma sedienta de justicia, todo lo que incluye a un ser en un aula de la cual ya forma parte. 


Araceli

           




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